Él ya no sonreía. Una vez
que me había dado la mano, su expresión aparentemente cálida se ha tornado en
una mueca seria y glacial. Así mejor. Estaba segura de que la situación sólo
podría empeorar si él hubiera seguido hablando conmigo. Aunque iba a vivir con
él, no estaba segura de estar preparada para mantenerme tan cerca de un tío tan
irresistible con el que me enrollaría fácilmente. Además, habrían sido sensaciones
mías, pero me pareció que él también había sentido ese inconveniente escalofrío
cuando nuestras manos se encontraron…
Sacudí la cabeza,
apartando los pensamientos que atestaban mi mente. Ahora él es tu familia, me
recordé. Y debía de mantenerlo presente en todo momento para que la cosa no se
nos fuera de las manos. Sí, eso haría…
Alex llevaba mi
mochila y caminaba a mi lado, de una manera tranquila y elegante, con paso
solemne y la cabeza alta. Sus ojos se habían transformado en dos pedazos de
hielo, fríos y distantes. No había contacto visual, pero yo decidí mirarle con
disimulo, para que no volviera a descubrirme embobada.
El pelo rubio y corto
estaba perfectamente despeinado y en su firme mandíbula se entreveía una
incipiente barba que le daba un aspecto muy sexy. Bajé más la mirada, que inevitablemente
fue a parar en su cuello. Una cicatriz le recorría la piel desde la parte
posterior de la oreja hasta el comienzo de la camisa. Tenía forma de relámpago
extraño y su color amoratado era acentuado. La curiosidad podía conmigo… ¿Cuándo
se la habría hecho y por qué? Observé también que la camiseta negra se le
pegaba demasiado al pecho aparentemente musculado y la camisa gris le dibujaba
unos bíceps bien formados. Lo siento, pero no podía evitar comérmelo con la
mirada a cada paso que daba. A pesar de que era mi ''hermano'', no me
importaría verle sin aquella aparatosa ropa.... ¡No! Me sonrojé y agaché la
cabeza. ¿En qué coño estás pensando? Era demasiado tarde. Él pareció volver a
darse cuenta, porque compuso una sonrisa juguetona, como si supiera lo que mi
sucia mente estaba imaginando y le hubiera divertido. Pero no dijo nada, y eso
hizo que mis mejillas ardieran con más rabia.
No Ellie, así no se
hacen las cosas.
-¿Qué tal el viaje? -Alex
rompió el silencio.
Me dirigió una rápida
mirada rebosante de indiferencia y yo levanté la cabeza. Sí, hablar sería lo
mejor. Necesitaba distraerme y dejar de pensar en cosas inadecuadas, aunque él
fuera la mayor de las distracciones.
-Engorroso -me encogí
de hombros-, odio estar sentada durante tanto tiempo. Además, no consigo dormir
nada y eso me mata. Soy una persona que necesita dormir, definitivamente.
Afirmó con la cabeza
levemente y abrió una puerta. Dejó que yo pasara primero y el gesto caballeroso
me agradó bastante.
-Luego, en casa, podrás
dormir todo lo que quieras -me aseguró, con el gesto distante. Y añadió-: ¿No te
gustan los viajes largos?
-Bueno, el problema son esos asientos. Si no
puedo dormir, necesito moverme en todo momento, y eso tampoco se puede.
-Humm -fue lo único
que respondió, perdido en sus pensamientos y me preguntó, como si me hubiera
ignorado por completo. (Aunque a mí tampoco me importaba mucho ser o no ser
escuchada por él)-. ¿Qué te parece si tomamos algo antes de marcharnos? ¿Tienes
hambre? -Su abrasadora mirada era tan intensa que me dejó sin aliento. Asentí
con rapidez, estaba hambrienta. Él sonrió escuetamente y simplemente murmuró
para sí-: Bien.
Nos acercamos a una
pequeña cafetería situada en una esquina dentro del aeropuerto. Todo su
exterior era de cristal, lo que le confería al interior una gran luminosidad y
calidez. Sobre el portalón (también de cristal), se encontraba una gran tetera
verde pastel en la que se encontraba grabado el nombre del local. “¿Un té
conmigo?”. Ingenioso, pensé.
Alex volvió a abrirme
la puerta. El establecimiento por dentro era también muy acogedor. Las paredes
estaban envueltas de papel de pared lila y el suelo era de madera. Las mesas
también eran de madera, aunque más oscura y estaban acompañadas con sillas a
juego.
Tranquilamente, nos
sentamos en unas alejadas y en un rincón, con vistas al aeropuerto. Él estaba
frente a mí, sumido en una extraña reflexión dedicada a la mesa. Su expresión era
seria y dura. La mandíbula la mantenía tensa y el ceño fruncido, como si algún
pensamiento lo estuviera perturbando. Si observaba bien, en sus ojos podía
leerse la preocupación, incluso tal vez una inexplicable tristeza. Por una vez,
se me planteó buena idea callarme la boca. Esperé un segundo a que volviera y
cuando lo hizo, compuso una minúscula sonrisa a modo de disculpa y me tendió la
carta, que también tenía forma de tetera.
-¿Qué te apetece?
Sentí su maliciosa
voz acariciarme.
-Mmm. Un croissant y un té
verde.
-Así que te gusta el
té -comentó alzando las cejas.
-Me encanta.
Sus ojos
transparentes parecían analizar todos mis movimientos, meciéndome dulcemente
sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Su apariencia de tenerlo todo bajo
control era bastante irritante, sobre todo porque parecía estar encantado de
conocerse y de estar tan bueno. Y eso me hacía perder el control a mí… Sacándome
bastante de quicio.
-Entonces parece ser
que estamos en el sitio adecuado, ¿no?
Dibujó una sonrisa de
niño bueno y yo aparté la mirada, rezando por parecer lo más indiferente
posible. Por fortuna, una mujer de mediana edad, algo regordeta y con el pelo recogido
en un moño despeinado se acercó a nuestra mesa a tomarnos nota.
-Buenas tardes, queridos.
¿Qué vais a querer?
Alex pidió lo que yo
le había dicho y la señora se marchó al instante, con andares danzarines.
-¿Tú no vas a querer
nada? -Le cuchicheé.
No me apetecía comer
mientras él me miraba con esa expresión retorcida que se había despertado en su
cara.
-No, tranquila -hizo
una pausa y hundió su mirada en la mía-. Háblame de ti.
Su tono directo me
encendió. No me apetecía hablar de mí, yo quería escucharle a él, a su voz
ronca y tranquila contestando a todas y cada una de las preguntas que tenía
preparadas. Iba a protestar por ellas, cuando él se me adelantó.
-¿Qué tal tu
recuperación? ¿Hay algo que debería saber para que luego no me des un susto?
Enredó sus manos
sobre la mesa. Parecía realmente interesado en mí. Resoplé suavemente.
-¿Sabes que estuve en
coma? -Él asintió con aplomo-. Me recuperé a la perfección y el doctor me dijo
que no debería tener ningún problema. Que no me esforzara por recordar cosas, porque
hay momentos que habré olvidado por completo...
-¿Por completo? -Inquirió.
Noté una intrigante curiosidad en su voz.
No me dio tiempo a
responder. La camarera dejó un plato con forma de corazón en el centro de la
mesa y el té a un lado.
-¡Para la parejita!
Que os aproveche -exclamó con voz cantarina.
Inmediatamente, un
extraño calor subió a mi cabeza, aturdiéndome.
-No somos pareja -repliqué
secamente.
-¡Oh! Lo siento
muchísimo. Si he molestado, no era mi intención…
-No me gustan los
malentendidos -mascullé, con la mirada perdida en el remolino que se había
formado en mi taza de té.
-No pasa nada -se
apresuró a responder Alex, con una expresión calmada y divertida a partes
iguales.
-Lo siento de veras -susurró la camarera alejándose con energía.
Ninguno de los dos
dijo nada en un buen rato. Me serví azúcar y comencé a girar la cuchara. Sabía
que él me estaba mirando. Suspiré, paseando mis dedos por los bordes de la
taza. Le devolví la mirada y alcé una ceja. Parecía estar a punto de romper a
reír.
-¿Qué? -le espeté.
Él balanceó la
cabeza, entretenido de verdad. Eso me quemó por dentro.
-¿Qué te hace tanta
gracia? -Pregunté bastante irritada.
-Tú. Tu forma de ser.
Has dejado a la pobre mujer asustada.
Miré a la camarera de
reojo. No era mi intención ser borde, pero el rollo de las parejas no es no mío.
El amor implica sentimientos. Y la mayoría de los sentimientos, implican
vulnerabilidad. Con ello, dolor…
-¿Hay algún problema
con mi forma de ser?
-Ninguno, ninguno.
Las cosas directas y a la cara. Me gusta… -dejó de sonreír y se apoyó sobre los
antebrazos en la mesa, inclinando su cabeza hacia mí. Hasta serio estaba guapísimo-.
Ya veo que vienes con ganas de guerra.
-Para tu información,
siempre tengo ganas de guerra -le desafié altiva con la mirada, aproximándome a
él de la misma manera.
-Es bueno saberlo,
porque yo también -soltó, con una sonrisa de pillo que enganchaba.
Un silencio nos
envolvió mientras nuestras miradas mantenían una extraña batalla, hasta que de
repente, él soltó un suspiro y cerró los ojos, recolocándose en su posición. Lentamente,
yo también lo hice y él volvió a ponerse serio bruscamente. Cuando abrió los
ojos, no logré encontrar en ellos ni rastro de la picardía que antes había.
-Anda, come, que
seguro que estás hambrienta.
-No antes de que me
respondas a todas las preguntas que tengo para ti.
-¿Las has apuntado?
No vaya a ser que se te olviden -se mofó con una sonrisita irónica.
-Las cosas
importantes no se me olvidan.
-Qué bien. Volvemos a
ser dos -su voz murió en un suspiro que me pareció demasiado triste, pero al
segundo se recompuso-. Todo a su tiempo, Ellie, por favor. Ahora, come.
Quise protestarle.
Decir algo. Batallar más y conseguir esas respuestas tan ansiadas, pero su
mirada era tan intimidante que hasta mi instinto protector (que era un poco
suicida) sabía que no era el momento de hablar. Bueno, eso, y que tenía
demasiada hambre.
***
Un escalofrío me
recorrió la espalda cuando el viento del exterior me azotó e involuntariamente
intenté abrazarme, para mantener el poco calor que conservaba. Alex me miró con
un deje de expectación y yo le correspondí. Después, se mordió el labio, en un
gesto terriblemente atractivo y miró hacia el horizonte, con aire pensativo.
-Ven -giró la cabeza
para indicarme el camino, con un gesto tan serio que imponía.
Yo lo seguí un paso
por detrás por una hilera de coches, maldiciéndome por no haberme llevado una
chaqueta más gruesa. Paramos al rato, frente a una gran moto negra. Él abrió el
compartimento trasero y sacó una chaqueta de cuero a juego.
-Ten -me la ofreció y
yo me la puse en seguida, desesperada-, tienes frío. Y si nos montamos en la
moto, tendrás más. No quiero que enfermes, y menos ahora, que acabas de llegar.
Miré durante unos
segundos a sus nítidos ojos, tal vez esperando a que sonriera como lo había
hecho antes, pero no lo hizo y eso me inquietó.
-Gracias -solté en un
susurro-, pero ¿tú no tendrás frío?
Entonces sí sonrió.
Las comisuras de sus labios comenzaron a expandirse lentamente por su cara,
regalándome una sonrisa preciosa que, por desgracia, no duró mucho.
-No. Hoy no tendré
frío -¿Hoy? ¿Qué querría decir con eso? Una ligera convulsión me envolvió el
cuerpo por culpa de su voz infinitamente peligrosa y atrayente-. Toma.
Me ofreció un casco
rosa, que mi mente supuso involuntariamente que sería de su novia y me lo puse.
Porque un chico como él tenía que tener novia, ¿no? Aunque, a mí, en realidad,
eso no me importaba. Él se colocó el suyo, también negro, y yo me monté tras
él, con la mochila a mi espalda de nuevo.
-Agárrate fuerte -fue lo último que dije antes de que el motor comenzara a rugir.
Hice lo que me pidió.
Rodeé su cuerpo con mis manos y apoyé mi cabeza en su espalda.
La camisa era más
fina de lo que parecía y podía sentir su piel ardiendo ferozmente bajo mis
manos. Un agradable temblor me recorrió entera.
Lentamente, nos
pusimos en movimiento y yo cerré los ojos, imaginándome una vez más lo que
podría esconder aquel misterioso hombre y abandonándome a los latidos de su
corazón, que eran lentos y acompasados.
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